Por Pablo David Tripp
Samuel y Belinda tenían 20 años de casados. Era una pareja cristiana con una fe sólida en la Escritura y hasta se podría decir que había cierta comprensión entre ellos, sin embargo, no podían resolver sus problemas.La primera vez que nos reunimos, Samuel estaba furioso. Cuando terminé de orar, él se levantó y dijo: «¡No sé por qué estoy aquí! Yo se exactamente qué está mal en nuestra relación, se lo he dicho a Belinda cientos de veces. Ella se niega a escucharlo y prefiere jugar el papel de víctima. No tengo ningún interés en sentarme aquí y ventilar todas las horribles cosas que han pasado entre nosotros en estos 20 años». Diciendo esto se retiró. Yo lo seguí y al fin logré convencerlo de que regresara.
Había mucho de verdad en lo que Samuel había dicho. Él tenía una perspectiva bastante acertada de los problemas de su matrimonio. Varias veces él le había dicho a Belinda cosas que ella simplemente no quería oír. Era cierto que ella tomaba el papel de víctima en los momentos de confrontación. Samuel se había visto obligado una y otra vez a repasar las escenas conflictivas que tenían lugar entre ellos. Sin embargo, a pesar de su habilidad para discernir la situación, Samuel nunca fue una parte sustancial en lo que el Señor quería hacer en la vida de Belinda.
De hecho todo intento por diagnosticar su situación dio como resultado una esposa más amargada y con un complejo de víctima como nunca antes. Samuel se interpuso en el camino de la obra de Dios y como resultado, le dio lugar a Satanás.
Los dos, Belinda y Samuel habían aportado cosas a su matrimonio que desencadenaron los problemas. El padre de Belinda fue un hombre tosco, volcado a la crítica. Belinda había visto a su madre ser despedazada verbalmente noche tras noche por su padre quien criticaba su quehacer, su comida, su apariencia y hasta su voz. Muchas noches lloraba inconsolable hasta quedarse dormida, y en otras las ideas en su cabeza daban vueltas pensando en la forma de hacerle pagar a su padre por el trato que le daba a su mamá.
Cuando comenzaron a salir juntos, Samuel no sospechaba que se estaba casando con una mujer que estaba amargada, insegura, temerosa y determinada a hacer lo que fuera necesario para mantenerse alejada de todo lo que se pareciera al infierno que su madre había experimentado.
Por el contrario, los padres de Samuel tenían una bella relación. Era una pareja que solía expresarse mutuamente su amor. Cuando tenían un desacuerdo, ellos no solamente buscaban el perdón uno del otro, pero también pedían perdón a los hijos, si alguno había presenciado el disgusto. Samuel había soñado siempre con un matrimonio como el de sus padres. Se casó con Belinda con esa ilusión.
No fue un error de la soberanía de Dios que Samuel y Belinda se unieran. Dios en su sabiduría los unió, en su propósito redentor, a fin de usar la relación entre ellos como un taller para su obra de santificación. En esta relación, los corazones se podrían quedar al descubierto y ser transformados. Pero Samuel no se casó teniendo esto en mente; sus ojos estaban puestos en sus sueños.
Belinda tampoco se casó con ese propósito de Dios en perspectiva; su mirada estaba clavada en sus temores. Así que ninguno de los dos pensó o habló desde la perspectiva del plan redentor de Dios ni aún cuando Samuel comenzó a ver sus sueños destruidos y Belinda a mirar que sus temores se volvían una realidad.
Las cosas entre ellos se fueron empeorando con los años. Las discusiones en torno a sus dificultades sólo añadían más dolor, complicándolo todo. En lugar de demandar cambio uno del otro, Samuel y Belinda necesitaban aprender lo que significa hablar redentoramente frente al desaliento, el dolor, el fracaso y el pecado.
¿POR QUÉ LAS PALABRAS DESTRUYEN?
¿Cómo podemos entender los problemas en la relación de Belinda y Samuel? ¿Cuál es el camino del cambio que necesitan? ¿Qué significa para ellos hablar redentoramente?
continuara...
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