El poder de nuestras palabras III

Por Pablo David Tripp

4. Hablar redentoramente involucra una disposición para examinar qué fruto de la naturaleza pecaminosa está surgiendo de mis labios (lea Gá. 5:19-21). Para poder no dar lugar al enemigo debemos estar dispuestos a poner nuestras palabras bajo el escrutinio del espejo que es la Palabra de Dios. Buscaríamos como dice el Salmista, que sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón para ser agradables a los ojos del Señor (Sal. 19:14). Buscaré en mi vocabulario tendencias partidistas, disensión, división, enojo, ira, malicia, odio, egoísmo, autojustificación, autoprotección, defensivismo, impaciencia, irritación, ausencia de perdón, sin bondad, y falto de mansedumbre, junto con toda palabra áspera o materialista. Lo haré con gozo dándome cuenta que debido a la presencia del Espíritu Santo que mora en mí no tengo por qué vivir bajo el control de la naturaleza pecaminosa. Mi deseo debe ser hablar de una manera digna del llamado que he recibido del Señor (Ef. 4:1).

5. Hablar redentoramente significa decir «no» al deseo de justificarme, inculpar al otro o valerse de argumentos para intentar disculparnos por hablar lo que es contrario a la obra del Espíritu o apropiado para un ciudadano del reino de los cielos (leer Gá. 5:19-21). Yo era un joven pastor de una pequeña congregación con enormes necesidades espirituales. Parecía como si no pudiera tener un momento tranquilo en casa, sin que alguien me llamara con su más reciente crisis. Sin darme cuenta se iba aumentando mí una percepción de cierta gente de nuestra congregación a quienes veía como obstáculos de lo que yo anhelaba realizar, en vez de mirarlos como la finalidad del llamado que gustosamente yo había aceptado del Señor.

Un sábado en la tarde mientras descansaba en casa con mi esposa y mis hijos, recibí una llamada de un hombre joven que sonaba desesperado. Este hombre frecuentemente estaba desalentado y buscaba consejo, pero al mismo tiempo se resistía a seguir lo que se le recomendaba. Aseguraba haberlo intentado todo sin ningún beneficio. Me dijo que al menos que tuviera una razón para vivir, se iba a suicidar ese mismo día. Le pedí a mi esposa que orara por mí y me fui a hablar con él. En el trayecto experimenté malos sentimientos. Sentía aversión por este hombre y su necesidad de ser siempre el centro de atención. Detestaba la manera como él me escupía cada consejo que yo le ofrecía. Me sentía molesto por todo el tiempo que le dedicaba a él cuando mi familia también me necesitaba. Estaba enojado de que tenía que ir una vez más a tratar de ayudarle a reparar su vida que estaba en pedazos. Era una guerra entre mi preocupación como pastor y el resentimiento personal.

Cuando por fin llegué, tenía lista su letanía de quejas. Cuando le respondí con verdades de la Biblia, me interrumpió de golpe diciendo: « ¡Tú no vas a decirme esas mismas cosas otra vez! ¿verdad? ¿Qué? ¿Acaso no tienes nada nuevo que decir?» ¡No podía creer lo que me decía! Yo estaba restándole tiempo a mi familia preocupándome por este hombre y él estaba mofándose. Me puse enojado y arremetí duro contra él. Le dije exactamente lo que la congregación y yo pensábamos de él. Le eché cuanta culpa pude y le di una reprimenda, exhortándole a finalmente esforzarse por hacer lo correcto para cambiar. Ore por él (!) y me fui rabiando.
Ya en el auto, mientras volvía a casa, empecé a justificar mi proceder, convenciéndome de haber actuado en una forma adecuada. Cuando llegué a casa estaba convencido que había hablado como los profetas del Antiguo Testamento. Se lo conté a mi esposa asegurándole que había seguido el ejemplo de los profetas. Ella me replicó: «A mí todo esto me suena como que tú te enojaste y explotaste». De inmediato me hizo reaccionar y ver mi supuesto razonamiento como egoísmo. Me sentí lleno de remordimientos. Cuando admití mi mal proceder, Dios usó la confesión de mi pecado para que este hombre también se arrepintiera.

Dios quiere que percibamos aquello que nos está conduciendo a disculpar el pecado y así justificarlo a nuestra conciencia.

6. Hablar redentoramente significa que cada paso que damos refleje que el Espíritu Santo mora en nosotros. Gálatas 5:25 dice que el Espíritu está trabajando para producir en nosotros amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio. Vivir conforme al Espíritu significa tener el compromiso de hablar de tal forma que se vea la obra que el Espíritu está haciendo en mí y que estimule esa misma obra en otros. Hemos de mirar las situaciones difíciles de la vida como ocasiones dadas por la gracia de Dios y por su soberanía para producir este fruto maduro en nosotros. Los problemas no son obstáculos sino oportunidades para que el fruto del Espíritu Santo se desarrolle en nuestro interior.
Pedro era un hombre de nuestra congregación quien mantenía una posición de crítica hacia mi ministerio. Yo luchaba en mi interior cuando lo veía y hasta cuando pensaba en él. Peor aún, él había comenzado a reunir a un grupo de personas también descontentas. Finalmente decidí que era hora de hablar con él. Mientras compartía el plan con mi esposa, empecé a sentir que ella reaccionaba negativamente. Le pregunté qué estaba mal. «Antes que pretendas ayudar a ese hombre, Pablo, necesitas ayudarte a ti mismo. Esto me suena como si tú odiaras a este hombre».

Ella tenía razón, yo detestaba a Pedro. Aborrecía la manera como ponía a la gente en mi contra. Odiaba sus críticas que levantaban sospechas de cada cosa que yo hacía como pastor. Detestaba que él hubiera destruido los sueños que yo tenía en el ministerio y para nuestra congregación. Odiaba la arrogancia de su rostro. Yo no quería lidiar con él, ¡yo lo quería fuera de mi vida! Lorena estaba en lo cierto. Yo no estaba en condiciones de ser un instrumento del Espíritu Santo en la vida de Pedro. Necesitaba primero enfrentarme conmigo mismo, examinar mi corazón, confesar mi pecado y estar dispuesto a hablar de modo que fuera consecuente con el fruto del Espíritu Santo. Mientras examinaba mi corazón descubrí que había ahí mucho más que necesitaba ser cambiado.

Mi problema no era solamente aversión y enojo; se trataba de pecados a fondo, los cuales habían sido motivados no por celo en el trabajo del Señor sino por mi sueño personal. Yo había soñado iniciar un ministerio en un área particularmente difícil y llegar a tener éxito como ningún otro, para ser altamente respetado por una creciente congregación y más tarde por toda la comunidad cristiana. Mi sueño era tener una iglesia numerosa, con un edificio de enormes instalaciones y que llegara a ser la iglesia de mayor influencia en la región. Y lo mejor de todo era que yo sería visto como la figura central.

Detestaba a ese hombre porque él estaba en lo cierto. No que actuara en la manera correcta al manifestar sus preocupaciones acerca de mi ministerio, pero tenía razón en cuanto a mi orgullo; me gustaba ser el centro de cada reunión. Era verdad que yo tenía la palabra final en cada asunto y me sentía frustrado cuando alguien se atravesaba en el camino de mis novedosos programas e ideas.

Este hombre que yo aborrecía fue el instrumento de rescate en las manos del Señor. Por medio de Pedro, mi egoísmo y mis arrogantes sueños fueron revelados. Comencé a sentirme agradecido por el mismo hombre al que había odiado. No que estuviera agradecido por su pecado sino por la manera como Dios lo había usado en mi vida. Empecé a escucharlo y a darme cuenta que había cosas que Dios quería enseñarme aún por medio de este áspero mensajero.

Caminar en el Espíritu no solamente quiere decir ser consecuente con lo que el Espíritu Santo está haciendo en mí, sino que significa hablar en una manera tal que motive el crecimiento del fruto del Espíritu en otros.

Francamente, antes de que mi esposa me lo dijera, yo nunca había considerado ser una herramienta que el Espíritu Santo pudiera usar para producir fruto en la vida de Pedro… de hecho, eran dos cosas las que yo deseaba: probar que él estaba equivocado, y entonces, que se fuera de la iglesia.

Cuando al fin hablé con Pedro, Dios me dio un genuino amor por él y cambié radicalmente mis planes. Ya no más deseaba «ganar». Verdaderamente quería ser usado por Dios para que se desarrollara el fruto del Espíritu en Pedro.

¡Pedro acudió a la cita listo para la batalla! Fue claro que él había preparado sus armas y afinado sus defensas. Pero no hubo una batalla. Le dije que estaba agradecido por su discernimiento y que a través de él el Espíritu Santo me había revelado las intenciones de mi corazón y entonces le pedí perdón. Él rápidamente replicó: «Pablo, yo también he estado equivocado. Te he odiado y he buscado cada oportunidad para criticarte. Yo necesito que me perdones». La noche que Pedro y yo hablamos en el lenguaje del Espíritu Santo, el Espíritu produjo un nuevo crecimiento en cada uno de nosotros. Pero todo había comenzado con mi esposa quien me animó a examinar mi corazón antes de que yo confrontara a Pedro.

7. Hablar redentoramente significa no darle lugar a las pasiones y deseos de la naturaleza pecaminosa (leer Gá. 5:24 y 16). Ponga cuidadosa atención a las palabras del versículo 24: Los que son de Cristo han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos. Este pasaje nos dirige a considerar un aspecto del evangelio que con frecuencia se omite. El evangelio es un mensaje glorioso de consolación, de perdón de pecados, de librados de la condenación, de reconciliación con Dios y de una eternidad garantizada. Pero, el evangelio es también un llamado a desprendernos de la vida que es conforme a los apetitos de la naturaleza pecaminosa de modo que podamos vivir para Cristo. Y este compromiso de una vida consagrada no puede ser vivido sin la llenura del poder de Cristo en todos los aspectos de nuestras relaciones y situaciones. No hay otro lugar donde este compromiso sea más necesario que en el área de la comunicación con aquellos que nos rodean. Si fuéramos humildes y honestos admitiríamos que mucho de lo que decimos está dirigido por las pasiones y deseos de la naturaleza de pecado y no por nuestro compromiso con la voluntad y obra de Cristo. El resultado es una cosecha de fruto nefasto que se refleja en relaciones rotas y en un incremento de complejos problemas no resueltos. Hablar palabras surgidas de las emociones y deseos de la carne, es rechazar que somos libres en Cristo del dominio del pecado.

Hablar redentoramente significa resaltar ese poderoso autocontrol que Cristo nos ha dado; Aquel que rompió las cadenas de nuestra esclavitud de pecado y que nos dio la plenitud de su Espíritu. ¡Nuestros labios pueden ser instrumentos que reflejen que hemos sido redimidos! Podemos decir «no” a las emociones y deseos de la naturaleza pecaminosa.

8. Hablar redentoramente significa tener una perspectiva de la restauración de Cristoen la relación con nuestro prójimo (leer Gá. 6:1-2). Todos podemos ser «presa» del enojo, orgullo, conmiseración, envidia, venganza, autojustificación, amargura, lujuria, egoísmo, miedo e incredulidad. Y hasta es probable que no sepamos si hemos sido atrapados por el pecado o no sepamos cómo librarnos. Es por esa razón que nos necesitamos unos a otros. Nos mantenemos en el camino del Espíritu cuando nos colocamos como uno que Dios usa para restaurar a otros. Hablar redentoramente significa abrirle paso a esa restauración para que afecte directamente nuestra relación con los demás. Todos estamos tentados a creer que la manera como nos relacionamos uno con el otro es algo que nos pertenece a nosotros. Pero San Pablo en esta Escritura nos está llamando a algo radicalmente diferente.

Esta nueva perspectiva tiene sus raíces en el reconocimiento fundamental de que las relaciones con el prójimo no nos pertenecen a nosotros sino a Dios. Cuando comenzamos a tener este enfoque en la relación con nuestros semejantes, entonces empezamos a percibir una gran necesidad de restauración a nuestro alrededor. Por ejemplo, cuando las parejas tienen desavenencias por el mismo problema una y otra vez, necesitan hacer más que maldecir el hecho de que su matrimonio no funcione y que el otro es un mentecato. Ambos necesitan descubrir dónde han sido «presas de un pecado» y responder no con exigencias sino en una manera que restaure su relación de modo que sea conformada a la imagen de Jesucristo.

9. Hablar redentoramente significa hacerlo con humildad y mansedumbre (leer Gá. 6:1 otra vez). La mansedumbre debería ser nuestra reacción ante una hermana o hermano en Cristo enredado en el pecado. Deberíamos responder con la misma gracia que recibimos de Dios. Nuestra comunicación debe fluir de tal forma que atraigamos a la gente a la esperanza que hay en Cristo.
Somos libres para proceder con mansedumbre porque sabemos que no es lo enérgico de nuestra voz, el poder de nuestras palabras, el drama del momento, la riqueza de nuestro vocabulario, la amenaza de nuestras lágrimas o la expresividad de nuestros gestos lo que causa la transformación dentro de la gente. La mansedumbre fluye del hecho que sabemos de dónde proviene nuestro poder.

Dios puede usar palabras apacibles para producir una poderosa convicción en un corazón. Sí, nuestra intención debe ser pensar y hablar en una forma correcta, pero no porque confiemos en nuestro léxico para producir tal cambio en la gente, sino porque queremos ser instrumentos útiles en las manos de Uno que puede ofrecer esa transformación, y no porque confiemos en nuestra destreza para que éste se produzca.
La expresión de mansedumbre no proviene de una persona que está enojada o llena de venganza. Aflora de alguien que está hablando no porque pretenda algo del otro sino porque desea un bien precisamente para su interlocutor. Nos dirigimos a alguien no porque su pecado nos haya afectado sino porque el pecado le tiene embaucado a él o ella. No estamos en una misión de confrontación egoísta sino en un rescate amoroso.

10. Hablar redentivamene significa vivir centrado en nuestro prójimo y enfocado en la comunicación con nuestros semejantes (leer Gá. 6:2). Con estas palabras ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, Pablo mira más allá del bienestar, éxito y comodidad de uno mismo, sino de velar por las luchas de nuestro prójimo, llevando su carga y compartiendo sus desalientos.
Cuando vemos a alguien luchando con sus flaquezas, le animamos con la fortaleza que hay en Cristo. Cuando alguien está equivocado, le hablamos con sabiduría y verdad. Si alguien está temeroso le compartimos del Dios que está siempre presente para ayudarnos en nuestros problemas. Cuando alguien sufre buscamos cómo darle palabras de ánimo. Si alguien está desalentado, levantamos su ánimo con palabras de esperanza. Si se siente solo, le damos un saludo que exprese nuestro amor y manifieste la presencia de Cristo. Cuando alguien está enojado, le hablamos de un Dios de rectitud y quien da el pago justo. Y si uno está metido en un conflicto le invitamos a ser pacificador y reconciliador.

Hablar con un enfoque redentivo significa escoger nuestras palabras cuidadosamente. No queremos ser persuadidos por las pasiones y los deseos de la naturaleza pecaminosa ni provocar que otro peque a causa de nuestra presunción y envidia. No buscamos mordernos y devorarnos unos a otros con lo que sale de nuestros labios. Más aún, estamos comprometidos a servirnos los unos a los otros amor, por medio de nuestras palabras. Anhelamos hablar aquello que es coherente con el fruto del Espíritu y que eso provoque el crecimiento de este fruto en otros. Y finalmente, deseamos expresarnos con mansedumbre, como instrumentos humildes de restauración, «soportadores de cargas», quienes están comprometidos a vivir conforme a la regla de amor de Jesucristo.


¡Qué avivamiento radical, reconciliación y restauración surgiría en nuestras congregaciones, hogares y entre amigos, si abrazáramos este llamado en cada relación con nuestro prójimo y en cada situación! ¡Qué relación tan diferente podrían haber tenido Belinda y Samuel si ellos hubieran respondido al llamado de Dios de hablar el uno al otro con palabras de redención! ¡Cuán importante es elegir con precisión las palabras que pronunciamos!

Pablo David Tripp es Director Académico de la fundación de Consejería y Educación Cristiana, en Filadelfia, EE.UU. Tomado del Journal of Biblical Counseling, usado con permiso.



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